viernes, 13 de septiembre de 2013


La interculturalidad: presencia y ausencia en la universidad pública colombiana
Por: José Daniel García Sánchez
            PhD en Filosofía y Educación
Investigador Intercultural
Universidad del Atlántico

“Hoy en día, no hay apoyo ni solidez en ninguna parte. ¿el mundo?
No se presente sino como fuga o como virtualidad. No hay sostén”
Henri Lefebvre


La presencia y la ausencia no puede concebirse como una cara doble; se abusa de esos centelleos en el mundo académico. En este Ensayo, tuvimos que salir de la lógica monovalente, para así poder representarnos y poder ahondar en el análisis. El camino está en ese juego, sustancial de la presencia, pero también de la ausencia inherente a la permanente segregación vivida en los últimos 60 años en Colombia. La presencia, como momento fenoménico nos muestra todas sus contradicciones y que, para encontrar a los sin voz, hay que ir al encuentro del otro; y solo se encuentra con el argumento que nos ofrece la filosofía intercultural: que si nuestros problemas son epistémicos?, éticos?, filosóficos?, ontológicos?. Si: todo eso. Y no: otra cosa. Vivimos “en el pantano y es allí donde reside el problema mayor de la preocupación humana. La toma de consciencia de aquellas zonas de la práctica poco definidas y cenagosas que permanecen fuera de los cánones de la racionalidad técnica”. (Schon, D: 1992)

Es por ello que cuando nos examinamos como disciplinas a lo largo de la historia de la humanidad el hombre siempre ha presentado una tendencia a generar la idea de jerarquías sociales, políticas, económicas o culturales que derivan en alguna forma más o menos de segregación, lucha de clases, antagonismo culturales, políticos o sociales. Además, otros factores como el miedo o la inseguridad son también esenciales para estimular a que una parte de la sociedad segregue a otra, aunque estos factores sean infundados o  no. En Colombia la segregación está marcada por una inequidad de la mas alta en el continente  es una realidad, un hecho histórico, los cientista sociales colombianos lo llamamos, exclusión. La exclusión es un fenómeno inherente a las democracias occidentales; en cambio el segregacionismo es separar, dividir, apartar a sujetos  comunitarios, minorías étnicas, para el caso colombiano indígenas, mestizos, colonos, desplazados y sobre todo individuos que no se asimilan al establecimiento.

Para la interculturalidad, la segregación es una forma de violencia que cuesta mucho trabajo revertir porque no tiene que ver directamente con la violencia física (aunque sí puede implicarla) sino que, tiene que ver mayoritariamente con actitudes de desprecio hacia aquellos vistos como inferiores. La segregación racial, étnica, cultural o social supone siempre una separación y en algunos casos puede llegar a implicar hasta reclusión en espacios cerrados o en ambientes muy pequeños a una gran cantidad de población. Hoy en día, la segregación está vista como un daño directo hacia la vida del ser humano, por lo cual se contempla que cuando se produce un acto de segregación se están violando los Derechos Humanos. Sin embargo, en la práctica, a pesar de que las sociedades occidentales han avanzado en gran modo sobre esta problemática, la complejidad de las sociedades multiculturales actuales hace que este tema no desaparezca. En la última década de un gobierno déspota y cínico podemos ver y reconocer todas las mentiras, corrupción que lleva a adjetivaciones hacia las minorías como: “terroristas”, “delincuentes”, este tipo de rotulación está mostrando la violencia segregacionista en todo su esplendor. El país muestra en los últimos meses paros, manifestaciones permanentes de indignación frente a unos hechos reales de negación y de insensibilidad de una clase política autistas e insensible al sufrimiento de un pueblo.

Freud escribió un maravilloso libro “El malestar de la cultura”, en el cual plantea que el mayor don de la cultural es la seguridad que ofrece; los peligros de la vida son todos, el miedo, las restricciones, los seres humanos no somos libres  de ir  en pos de todo lo que su corazón desea. Los malestares son mas común de lo que imaginemos, el sacrificio de la libertad  individual, o la colectiva nos aprisiona al no ser.  La cultura moderna nos ofrecía esa seguridad, la libertad de elección, las libertades conspiran contra uno mismo, las trampas de la razón en cambio nos da, seguridad, certezas y protección. La usencia de algunos de estos eventos nos generan perdida de confianza y a eso lo llamamos “depresión”, vivimos en unas sociedades depresivas, los políticos del mundo se aprovechan para ofrecer lo irrealizable, seguridad democrática.
Los avances en la “Educación Intercultural” en Colombia son muy  poco significativos,  mas bien se  promociona es la multiculturalidad y el otorgamiento de derechos son reconocidos, pero condicionados por una Constitución Multicultural  donde se deja por fuera a los pueblos étnicos, a los jóvenes, a los movimientos contraculturales.  Hoy en Colombia no podemos hablar de certezas sino, de una seguridad insegura. El galopante proceso de globalización cada vez nos separa más de nuestras estructuras políticas de América; nuestra existencia como culturas es vulnerable, la familia en vez de ser un núcleo es un desarticulador de la vida en familia. Las creencias e identidades están colisionadas; abrir  posibilidades de construir un nuevo proyecto intercultural, enfocado en transformar las relaciones, estructuras e instituciones para la sociedad en su conjunto, todavía es una utopía.
Nuestra educación superior vive en un pantano, pocos son los avances reales. La universidad publica en Colombia se debate por mas de 25 años en reformas sin tocar la esencia de ella, - la investigación-, nuestros pregrados son pequeñas carreteras, no tenemos verdaderas autopistas del conocimiento, la necesidad de llevar  acabo  acciones para la innovación de una conciencia transcultural, en perspectivas y escenario  de la escuela, de la universidad, están lejos de nuestra realidad  educativa. La verdadera universidad debería ser un lugar donde lo impredecible pudiera volverse acontecimiento de cultura, arte y ciencia. Para  que la interculturalidad  sea una realidad, hay que introducirla  como proceso  a través de verdaderas innovaciones educativas y políticas, culturales. Hoy en día es el gran tema, los antecedentes  de la educación  intercultural, lo muestra  es un tema de gran trascendencia, si bien su tratamiento en nuestro país es reciente, mal enfocado y con planteamientos con bases ontológicas sociales bastante pobres. La complejidad contextual es histórica, social, política, cultural, está marcada por la exclusión, la marginalidad, el no reconocimiento de derechos, de negros e indígenas  es evidente, a aquí  se dice de todo, pero lo real es que existe un no dialogo entre culturas y saberes. Estos serían los principios que defienden una educación superior intercultural en perspectiva latinoamericana; queremos enfatizar en este Congreso la importancia que tiene la comunicación intercultural para asumir los retos y desafíos en un mundo globalizado, destacando todos los obstáculos que encuentran los “Afros”, los “Indígenas” sujetos al mas despiadado segregacionismo y lo que genera esta situación. Entonces confiamos en que la “educación intercultural” puede desarrollar competencias que lleven a mejor comprensión entre los actores sociales de diversas culturas, en la búsqueda de la resolución tanto del reconocimiento como de la adopción de formas de vida comprometida en el dialogo de diversas concepciones donde las minorías étnicas tengan voz, recursos y legitimidad, ya que estos están amenazados por una visión reduccionista y excluyente en el mundo de la vida: una falta de entendimiento intercultural en una sociedad como la colombiana sí es una verdadera amenaza, extinción de las minorías étnicas.
En esta nueva coyuntura de la ultima década  surgen tensiones, contradicciones  cultuales, políticas, entre los esfuerzos étnicos en defensa de lo propio y el uso del multiculturalismo, como parte de las estructuras políticas establecidas y de una nueva lógica cultural del capitalismo, que trata de controlar y armonizar la oposición con su ideal de integrar estos pueblos al mercado, negando la existencia de la discriminación, el legado colonial o monoculturalidad, en la formulación y aplicación de estas normas y la complejidad de la diversidad, lo que trae consigo potenciales trampas en la institucionalización de una educación tradicional, atrasada. Elevar el nivel de inclusión, participación, no pasa de ser letra muerta en Colombia, aquí se dice que estamos en un país democrático- pluralista, participativo, pero eso es solo en el nivel formal del decir, pues en el hacer nos encontramos con los obstáculos para expresar lo plural, lo diferente e incluso lo antagónico, todo esto es tratado como voces enemigas, es decir voces que hay que apartar. La voz del otro no se reconoce, nuestras universidades son espacios  de exclusión, impuesta por el aparato, y reproducido  por los grupos hegemónicos. Se parte  de una concepción  formal, pero no real, en donde se reconozcan  los grupos, las etnias minoritarias. La necesidad  de una educación  intercultural, implica una reconstrucciones de valores culturales y no dejarse echar el cuento del asimilacionismo.  El interaccionismo intercultural es reconocer y vivir  los antagonismo, sin temor, el verdadero dialogo  ente clases, etnias, comunidades, es ahí el trasfondo, la esencia de la educación intercultural.
Desde esta perspectiva, la Constitución Política de 1991 se convierte en Colombia, en una primera posibilidad  a partir de la cual se empiezan a generar nuevas condiciones para construir espacios democráticos para los pueblos discriminados y excluidos tradicionalmente, de las dinámicas políticas y económicas de la nación. “Las reformas constitucionales que responsabilizan al Estado en impulsar y promover la interculturalidad y otorga una serie de derechos a las nacionalidades étnicas, abren posibilidades, no sólo a responder a demandas étnicas, sino también a construir un nuevo proyecto intercultural y democrático, enfocado en transformar las relaciones, estructuras e instituciones para la sociedad en su conjunto” (Walsh: 2005).
El presente año de 2013, se ha mostrado como un año crucial, para el dialogo como dispositivo para la solución política del conflicto armado. Y desde una visión de filosofía política intercultural no podemos pensar en “guerra” “entre tu y yo” y entre nosotros” pues, para lograr el acuerdo conducente a una paz, realmente se requiere un “dialogo intercultural”: dialogo entre el creer y el saber, la barbarie en todas sus manifestaciones de violencia a hecho crisis estructural en el país. No se puede disimular más estos conflictos, la droga, el asesinato, la intolerancia religiosa, son enemigos mortales para la reconstrucción de una nación intercultural como lo es Colombia. Descubriendo pluralismos, sueños e utopías es el comienzo por reconstruir nuestra historia y la interculturalidad juega un papel relevante hacia la construcción sin límites del reconocimiento de las minorías segregadas.
La interculturalidad se funda en la necesidad de construir relaciones entre grupos, como también entre prácticas, lógicas y conocimientos distintos, con el afán de confrontar y transformar las relaciones de poder, que han naturalizado las asimetrías sociales. A veces, lo pluricultural sólo se usa en términos descriptivo, empero sus raíces y significados no se encuentran en la descripción, sino en las luchas en contra de la colonialidad del pasado y del presente y de la violencia simbólica, estructural y cultural (Rivera, 1993, en Walsh, 2002: 2).
La situación de complejidad social y política colombiana, nos lleva a ver y reconocer el papel que tiene que jugar la educación por las libertades, y dejar esa manía de la izquierda infantil  entre el ideal de la clase dominante y las aspiraciones de los, las comunidades de excluidos, los sin voz, los sin tierra, los desplazados y los “desechables”, los trabajadores, los campesinos, negros e indígenas y sobre todo los mestizos, que conlleva a negar el derecho a la protesta de éstos, así como,  grandes dificultades a la hora de reclamar los derechos democráticos reconocidos formalmente, pero no trabajados desde nuestras practicas culturales y educativas.
Nuestra universidad no pasa del alboroto, de la protesta, de la piedra, de consignas con falta de imaginación y osadía. La pluriculturalidad oficializada se desarrolla alrededor del establecimiento de derechos, políticas y prácticas institucionales que reflejan la particularidad de las “minorías” añadiendo estos a los campos existentes. Por eso, el pluriculturalismo oficial es retórico, vacío de acciones reales . Este reconocimiento e inclusión no pretende solamente acuerdos, si no políticas educativas interculturales. La tarea de la educación es atender  las comunidades y sus variedades de visiones y valores, no ese remedo del Ministerio de Educación Nacional; es hora de un gran debate de verdad, porque la Interculturalidad surge  como principio  de construcción  de la culturas en relación, con la radical igualdad de las diferencias, en la dignidad  de las personas y en el necesario  conocimiento  vivido por el pueble  negro, indígena y mestizo.  Cada ser humano  tiene la irrenunciable necesidad  de su plena identidad, pero de verdad, abierta  al encuentro profundo con la demás identidades con el firme compromiso de configurar y trasformar  la sociedad colombiana. Llego el momento de la verdad, no mas discurso sobre generalidades, el verdadero aprendizaje  es desde  las diversas  opciones, pero comprometida, con las comunidades excluidas, de negros, indígenas y mestizos.  Desafortunadamente nuestros universidades  están lejos de tal propósito, se reproduce, el asimilacionismo dominante, el miedo a perder el puesto, el lugar, el sitio, espacios negados y reforzados  con la necesidades.
La consolidación  de un real Proyecto Educativo Intercultural con lleva necesariamente a que todos los ciudadanos deben ser capaces de ingresar en la esfera pública en igualdad de condiciones; una real política simbólica que reconozca la igualdad y no cree grados y ordenes entre los ciudadanos colombianos.
La interculturalidad se centra en la transformación de la relación entre pueblos, nacionalidades y otros grupos culturales, pero fundamentalmente también del Estado, de sus instituciones sociales, políticas, económicas y jurídicas; entre esas y usted. Significa la oportunidad de emprender un diálogo teórico desde la interculturalidad; la construcción de nuevos marcos conceptuales, analíticos, teóricos, en los cuales se vayan generando nuevos conceptos, nuevas categorías, nuevas nociones, bajo el marco de la interculturalidad y la comprensión de la alteridad (Walsh: 2002).
La interculturalidad es una propuesta que “permite pensar fuera de las categorías de la modernidad, entender la importancia de los lugares epistémicos, éticos y políticos de enunciación y considerar la potencialidad de los espacios de las fronteras. Requiere aceptar que el conocimiento no es uno y universal para quien quiera ingresar en él (Walsh, 2002ª: 4); y que tampoco es uno el campo jurídico. La interculturalidad va más allá de la diversidad, el reconocimiento y la inclusión. En las leyes se cristalizan y se expresan las relaciones de poder existentes en una sociedad. La interculturalidad no se puede realizar por reformas o leyes estatales. Tampoco se reduce a la constitucionalización, ya que ésta no es un producto sino un proceso continuo, algo por construirse, que nunca termina.
Se trata de construir una propuesta civilizatoria alternativa, hacia la construcción de un nuevo tipo de estado y una profundización de la democracia (Ramón, 1998) que compromete a todos y a todas. “En un mundo cada vez más entrelazado, no debemos ser unidireccionales sino más bien establecedores del diálogo en ambas direcciones. Es buscar un enriquecimiento y posible convergencia intercultural jurídica, que también permite incorporar de abajo hacia arriba, algunos principios subyacentes en el derecho indígena y afro al derecho estatal y, a la vez, construir una convivencia social donde diferencia e igualdad puedan empezar a entretejerse. (Albò: 2000)
La verdadera  apertura hacia la diversidad, en Colombia, es resultado de las demandas y luchas de la gente; pero, también “es algo más: parte de una tendencia y estrategia regional y global de inclusión reflejada en las políticas estatales y promovidas por organizaciones transnacionales, con fines de apaciguar la oposición. Estas políticas ya globalizadas, se basan en el reconocimiento, la inclusión e incorporación de la diversidad cultural, no para transformar sino para mantener el statu quo, la ideología neoliberal e incorporar a todos dentro del mercado. Al centrarse básicamente en la política de la identidad divide a los grupos, disminuye fuerzas y, como ha dicho el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC: 2004), imposibilitan el intercambio de ideas entre los diferentes.
La mejor forma de hacerlo es hacer sentir como “incluida” a la gente tradicionalmente marginada, con derechos y atenciones especiales. Lo que se observa es la “estatalización” de las políticas y procesos de lucha indígena y afro; es decir, una dependencia del sistema jurídico-político y, por ende, una aceptación de este sistema, en vez de su rechazo o radical transformación, que en la práctica ha implicado cooptación, manipulación, división, individualización y pacificación. (Walsh: 2005)
Lo que ha significado algunos pasos atrás para las luchas socio-históricas y políticas de los movimientos, una maniobra desde “arriba” que desplaza el problema colonial y racial, poniendo en su lugar la preocupación por las políticas de inclusión. La interculturalidad es un proyecto político-epistémico, que va más allá del multiculturalismo, el cual requiere que las relaciones horizontales interétnicas se construyan a través de la creación de nuevos ordenamientos sociales (CRIC,: 2004,  en Walsh: 2005 ). Es un principio ideológico y organizador, que busca construir un imaginario distinto de sociedad, permitiendo pensar y crear condiciones para un poder social distinto, como también una condición diferente, tanto del conocimiento como de existencia, apuntando a la descolonialidad. Según este punto de vista, la interculturalidad se analiza desde tres perspectivas: la relacional, funcional y crítica. La perspectiva relacional se refiere básicamente, al contacto entre culturas, es decir, entre personas, prácticas, saberes, valores y tradiciones culturales distintas, los que podrían darse en condiciones de igualdad o desigualdad. (Walsh: 2005)
La verdad y la paz tienen una hermana, la paciencia, cuya compañía es agradable como necesaria: vivimos en una Colombia en que la gran mayoría de colombianos nos comportamos bastante mal con: la familia, la compañera, el amor, el otro, y sobre todo con las minorías afro-indígenas y no nos reconocemos en el indio y en el afro que tenemos en nuestra mezcla; estos pueblos milenarios lo que si tienen como su gran riqueza es “la paciencia del guerrero”. Sin moverse escuchan y con la avidez se concentran en la acción. Vigilante, esforzada y modesta, interesada de verdad en oír a la “pacha mama”, el espíritu tutelar cósmico de una verdadera ontología social con la cual podríamos concretar un acuerdo para así poder vivir juntos.
La interculturalidad crítica,  es una opción educativa formativa para las libertades, educar para mas de lo mismo es negar la esencia de la interculturalidad; la universidad esta lejos de potenciar esta dimensión, los profesores, directivos no les interés ese discurso de la acción, eso lo llama mimetismo. Los contextos  plurales  son el nuevo  escenario de América Latina, el mundo nos ve así, aquí la riqueza es a borbotones, pero la exclusión es la respuesta de todos -inclusive nosotros maestro y doctores-; sentar las nuevas bases  de una nueva realidad es tarea de la universidad publica, con verdaderas autopistas de saber intercultural, no mas remedo de doctorados y maestría, calcados de los europeos; requerimos innovación, creativamente y beber de nuestras culturas.
La interculturalidad se entiende como herramienta, proceso y proyecto que se construye desde la gente; el foco problemático de la interculturalidad reside no sólo en las poblaciones étnicas, sino en todos los sectores, con inclusión de los blanco-mestizos occidentalizados, y no sólo entre personas o grupos, sino también entre lógicas, formas y maneras de producir segregacionismo. Por eso, se debe entender como propuesta de sociedad que busca modificar y transformar esquemas epistémicos, políticas públicas, la educación y otras esferas de acción, en el régimen de representación dominante (Rojas y Castillo: 2007), lo mismo que las estructuras e instituciones del poder racial izado que siguen normativizando y naturalizando la diferencia como desigualdad.
Una ontología social es la renovada atención puesta por indígenas y afros, campesinos, colonos,  al pensamiento como campo de lucha, intervención y creación, hacen evidente que el proyecto de la interculturalidad no es sólo político, sino también epistémico, en dos esferas, referidas como casa adentro y casa afuera (Juan García, en Walsh: 2002). La casa adentro implica los procesos internos de las organizaciones, pero más que todo de las comunidades, para construir y fortalecer un pensamiento y un conocimiento propios, presentes en la memoria de los sabios y ancianos, y en la filosofía y cosmología cuyas raíces se encuentran en la ancestralidad, pero también, en la naturaleza y en la cotidianidad, como hizo claro el intelectual Nasa, Manuel Quintín Lame (Walsh,: 2005).
Reconstruir y fortalecer pensamientos y conocimientos propios, no como un saber folclórico local, sino como una ontología social, permite empezar a enfrentar el saber académico y la geopolítica dominante del conocimiento. Caminos que no niegan la modernidad, pero que permiten vivirla de otra manera, sin ser absorbida por ella. Cambiar el lente  neocolonial y ver desde las historias vividas, promoviendo así una fortaleza colectiva de las comunidades académicas, culturales, contraculturales,  se configuran  como un proyecto y una realidad intercultural.  La universidad es responsable de la organización de los saberes expresados en disciplinas, a través de ciencia, técnica y arte, pero la reflexión es su gran arma. Todos estos saberes se pueden articular, dinamizar y flexibilizar en la medida que el currículo es el mapa visible, el punto de partida; expresa una dimensión de futuro continuo y un proceso permanente de reflexión, dimensión de futuro continuo y un proceso permanente de reflexión, investigación y construcción colectiva; un currículo intercultural son formas pedagógicas para la apropiación crítica de la realidad, la construcción creativa del conocimiento y el desarrollo de competencias fundamentales. La universidad tiene que volverse a conectar con la vida, el conocimiento intercultural, con la ciencia, el arte de la vida de unos pueblos, la realidad  plural  de las distinta culturas en convivencia y desarrollo. No el desarrollismo, sino el verdadero desarrollo de formas reales y tecnologías, generación de estilos divergentes de ver y sentir las realidades. La universidad pública colombiana está realmente amenazada y liquidada por el “burocratismo de la así llamada autoevaluación y acreditación universitaria; centro de debate de saberes y de contracorriente. Volver a situar una verdadera “Ágora universitaria”. Todo el desmonte del andamiaje teórico- crítico, potencio la así denominada “universidad eficientista, emprendedora, eficaz y progresista, que solo se valida en los establecidos procesos de acreditación institucional, de alta calidad”. Educar para las exigencias de toda la población colombiana es querer saber reconocer, potenciar los saberes ancestrales y los nuevos paradigmas de la complejidad en un mundo en crisis.
Pensar en un vuelco en la educación es romper todas las “servidumbres simbólicas” de la universidad, esa lógica implacable del mercado y la servidumbre discursiva con la que se disfraza con un discurso técnico-instrumental, que lo que busca es adoctrinamiento de “cadáveres exquisitos” para ser devorados por el mercado.  Igualmente implica  pensar realidades y dimensiones en torno al conocimiento y a la educación requiere atención política, ética a nuestras propias prácticas y lugares de enunciación para construir y generar conciencias políticas, metodologías interculturales  y pedagógicas. Es necesario, además, enfrentar y hacer visible nuestras propias subjetividades y prácticas, incluyendo nuestras prácticas pedagógicas interculturales.
Para construir sociedades participativas y solidarias no basta un Estado garante de derechos, sino que es igualmente necesario contar con actores sociales, es decir ciudadanos y ciudadanía significa, en este sentido, más sociedad: una comunidad de personas que no se restringe a sus actividades privadas, sino que además concurre en el espacio y el debate público para participar en proyectos y en decisiones compartidas. Este logro de una ciudadanía, pasa por la construcción de otras bases en las relaciones sociales. La educación entraría a jugar un gran papel, desde una propuesta intercultural. Para que esta sea una realidad vivida por las comunidades, la gente de una localidad y los ciudadanos de una nación, hay que introducirla como proceso de reforzamiento de las culturas locales. (García Sánchez, 2006:51)
La interculturalidad es una respuesta a la segregación (De Lucas, 1995:55). Segregación que aparece en las bases mismas de la construcción de la nacionalidad colombiana, la cual impide el goce pleno de sus derechos a las grandes mayorías de la sociedad. El informe de la UNESCO sobre educación (1996) reconoce que una educación verdaderamente intercultural debe ser capaz de responder a la vez, a los imperativos de la integración planetaria y nacional y a las necesidades específicas de las comunidades concretas, que tienen una cultura propia.
Avanzar en la búsqueda de dignidad para la diferencia implica el compromiso de la sociedad en su conjunto. Para alcanzar este logro, el Estado debe mediar en un diálogo intercultural nacional e internacional, en defensa de la múltiple identidad nacional. Exige una visión que dinamice una cultura para la democracia y una democracia para la cultura (García Sánchez: 2006)
“La complejidad contextual e histórica, del fenómeno de la exclusión en Colombia frente a la realidad multicultural exige respuestas innovadoras. En este sentido, se propone como parte de la educación intercultural, la implementación de una didáctica cultural participativa con la certeza de que ella promueve mayor comprensión y compromiso, tanto de parte del pluralismo como de las comunidades culturales y étnicas excluidas” (García Sánchez: 2006).
Esta didáctica tiene como finalidad educar para la equidad social, mediante el reconocimiento de la interculturalidad lo cual implica un proceso (Ibid, 54), que considere las individualidades y la colectividad de los sujetos a intervenir. Una visión para el conjunto de la comunidad. (Saifullan y Khan, 1984). “La didáctica cultural estudia el proceso de enseñanza aprendizaje de una comunidad, y la forma como ésta puede potenciar la reflexión permanente en su propia cotidianidad y en la sociedad en la cual interactúa, lo que le permite entender más claramente sus necesidades de crecimiento espiritual y material y las formas que debe asumir su propia educación”. (García sanchez,2006).
En Colombia, la mayoría de la población desconoce su pasado: su historia y sus culturas. Un país con profundas crisis de identidad, formado desde una mirada homogenizante y prejuiciada con respecto a los otros, lo que hoy es obstáculo para la construcción de una sociedad, según los principios de la Constitución Política de 1991. La educación ha sido utilizada para ocultar la realidad de dominación y la alienación, por el contrario, se trata ahora de denunciarlas, anunciar otros caminos, convirtiéndose así en una herramienta emancipadora. (Freire, 2004: 73)
La educación tomada como proceso de comunicación, la cual constituye la base de la ciudadanía, por lo tanto, punto de partida para la comprensión y la práctica de la democracia (Hoyos Vásquez: 2012). En este orden de ideas, se busca “Reconstruir un sentido de educación que se centre directamente en la condición humana y sepa desarrollar nuevas formas de humanismo para la cooperación antes que para la competitividad, que rescate las humanidades en su sentido más contemporáneo para la formación de ciudadanas y ciudadanos responsables, actores en la sociedad civil y comprometidos con un sentido de democracia participativa que permita buscar nuevos caminos de colaboración – intercultural. Este sentido de experiencia en el mundo de la vida, punto de partida de cualquier proceso educativo, antes de toda teoría, ciencia o especulación; y también antes de cualquier ismo, porque precisamente todo ismo presupone una concepción del proceso que lo genera, que para nosotros es la forma de entender el humanismo, es decir, educación como formación (Bildung) del ser humano, tal como se nos da antes de toda consideración teórica, en comunidad”.
“Como en la vida diaria, así también en la ciencia, la experiencia es la conciencia de estar con las cosas mismas, de aprehenderlas y poseerlas de modo enteramente directo. El punto de partida de todo proceso educativo debe ser la experiencia de la comunidad educativa: sus contextos, tradiciones, culturas, es decir, el mundo de la vida como horizonte universal de significados y como fuente inagotable de validación de las “pretensiones de verdad” según las significaciones comprendidas en la educación superior en Colombia, la visión, enfoque de una educación humanista desde un Paradigma Intercultural, generar  las capacidades, competencias y actitudes, mas pertinentes para entender y compartir los pensamientos, conocimientos, emociones y sobre todo solidaridad con el otro diferente pero igual en derechos a mi, he ahí el meollo de la educación superior intercultural.
El poder pensarse libre y responsable moralmente es momento determinante de la condición humana y por tanto, momento central de la educación para la mayoría de edad, para la ciudadanía cosmopolita en un mundo-uno y para la formación de la persona. Si la crisis, de la ciencia y de la cultura en general, es provocada en última instancia por un olvido de la persona, es decir, por la negación de lo humano, es necesario cambiar la educación enmarcada en el paradigma de la precisión, la eficiencia y la positivización, por el de una formación de la persona en marcos culturales y humanistas.
La  filosofa norteamericana Martha Nussbaum en su estudio acerca de la relevancia de las Humanidades para la educación liberal actual, está comprometida con una concepción Intercultural y en su texto “El cultivo de la humanidad” hace un aporte definitivo en esta dirección. La Nussbaum articula su propuesta en cuatro características:
1.     La primera es la actitud de reflexión socrática, que denomina búsqueda de una “vida examinada” 
2.     La segunda característica asume los planteamientos de los estoicos, en especial de Séneca, Cicerón y Marco Aurelio para desarrollar en los estudiantes la capacidad de verse a sí mismos, no sólo como ciudadanos pertenecientes a alguna región o grupo, sino también, y sobre todo, como seres humanos vinculados a los demás seres humanos por lazos de reconocimiento y mutua preocupación.
3.     La tercera característica se basa en la “imaginación narrativa” como mediación entre la propia identidad y la ciudadanía cosmopolita, con base en el sentimiento originario de la “compasión”, como un “sentir con” que me abre al reconocimiento del otro como diferente, en su diferencia y por tanto, como interlocutor válido.
4.     Cuarta, finalmente, la ciudadanía cosmopolita necesita de los saberes desarrollados en las ciencias sociales y humanas en general para fortalecer argumentativamente los procesos formativos en una educación intercultural, que no tiene por qué caer en las trampas del multiculturalismo.
La educación  intercultural debería ayudar a que cada persona lograra su “autonomía” en el ejercicio de sus libertades como ciudadano, el saber  es la comprensión del conocimiento desde las  múltiples  expresiones de culturas, estudiarlas  con una visión intercultural, ese nuevo estilo de construcción  del conocimiento  científico- intercultural. Capaz de formar ciudadanos verdaderamente libres y autónomos, para poder hacerle frente a este gran desafío; nuestras universidades públicas tienen que asumir verdaderos currículos interdisciplinarios de enseñanza intercultural y la mejor forma de asegurarse de que los estudiantes se relacionen con las CULTURAS es infundirles estudios divergentes de sus carreras universitarias, apelando a las diversas áreas de conocimiento que ofrece las diversas regiones culturales colombianas.
Los diversos discursos de las ciencias sociales se enriquecen ante todo por los diálogos interculturales (Hoyos Vásquez: 2012). La urgencia de explicar el sentido de la argumentación y de llegar a acuerdos, tiende a considerar este uso comprensivo del lenguaje como un momento superado mediante los consensos; pero precisamente la posibilidad del disenso, aspecto dinámico de la comunicación se nutre de este nivel de la comprensión, que crea significados nuevos y permite imaginar soluciones posible y reales .
El desarrollo de la modernidad  a ayuda a comprender por qué es posible caracterizar un nuevo humanismo en términos más de colaboración –intercultural que de la deshumanización  del capitalismo salvaje.
Hacer posible este ideal implica emprender acciones en diferentes claves interculturales. Una de ellas es la educativa, mediante Propuestas Pedagógicas Interculturales  que permitan superar las múltiples contradicciones que impiden el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad. Propuestas educativas que formen una ciudadanía, a partir de los viejos ideales ilustrados. Ciudadanía que defienda la vida en sociedad, más desde el enfoque del desarrollo humano, (de capacidades) que de derechos humanos. Ciudadanos, actores y actoras, que mediante actos de comprensión intercultural de los fenómenos-culturales, políticos y sociales, para vivir por las libertades, equidad y justicia. La interculturalidad es un proceso educativo, es la utopías hecha real, sueño de diversidad planetaria, intercambios de deseos, sueños e imaginación. La interculturalidad es un modo de acción crítica. No es una visión de aceptar un fácil optimismo, no, por el contrario es reconocer e inaugurar el conocimiento trágico como lo descubrió Nietzsche, no se celebra la muerte sino la victoria sobre la muerte. La tragedia propone una presencia: el héroe victorioso hasta su fin, inmortal.









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[1] Cursivas mías José Daniel García Sánchez, PhD en Filosofía y Educación. Investigador en Humanidades e Interculturalidad

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