La interculturalidad:
presencia y ausencia en la universidad pública colombiana
Por: José Daniel García Sánchez
PhD en Filosofía y Educación
Investigador Intercultural
Universidad del Atlántico
“Hoy en día, no hay apoyo ni solidez en ninguna parte. ¿el mundo?
No se presente sino como fuga o como virtualidad. No hay sostén”
Henri Lefebvre
La presencia
y la ausencia no puede concebirse como una cara doble; se abusa de esos
centelleos en el mundo académico. En este Ensayo, tuvimos que salir de la
lógica monovalente, para así poder representarnos y poder ahondar en el
análisis. El camino está en ese juego, sustancial de la presencia, pero también
de la ausencia inherente a la permanente segregación vivida en los últimos 60
años en Colombia. La presencia, como momento fenoménico nos muestra todas sus
contradicciones y que, para encontrar a los sin voz, hay que ir al encuentro
del otro; y solo se encuentra con el argumento que nos ofrece la filosofía
intercultural: que si nuestros problemas son epistémicos?, éticos?,
filosóficos?, ontológicos?. Si: todo eso. Y no: otra cosa. Vivimos “en el
pantano y es allí donde reside el problema mayor de la preocupación humana. La
toma de consciencia de aquellas zonas de la práctica poco definidas y cenagosas
que permanecen fuera de los cánones de la racionalidad técnica”. (Schon, D:
1992)
Es por ello
que cuando nos examinamos como disciplinas a lo largo de la historia de la humanidad
el hombre siempre ha presentado una tendencia a generar la idea de jerarquías
sociales, políticas, económicas o culturales que derivan en alguna forma más o
menos de segregación, lucha de clases, antagonismo culturales, políticos o
sociales. Además, otros factores como el miedo o la inseguridad son también
esenciales para estimular a que una parte de la sociedad segregue a otra,
aunque estos factores sean infundados o
no. En Colombia la segregación está marcada por una inequidad de la mas
alta en el continente es una realidad, un
hecho histórico, los cientista sociales colombianos lo llamamos, exclusión. La
exclusión es un fenómeno inherente a las democracias occidentales; en cambio el
segregacionismo es separar, dividir, apartar a sujetos comunitarios, minorías étnicas, para el caso
colombiano indígenas, mestizos, colonos, desplazados y sobre todo individuos
que no se asimilan al establecimiento.
Para la
interculturalidad, la segregación es una forma de violencia que cuesta mucho
trabajo revertir porque no tiene que ver directamente con la violencia física (aunque
sí puede implicarla) sino que, tiene que ver mayoritariamente con actitudes de
desprecio hacia aquellos vistos como inferiores. La segregación racial, étnica,
cultural o social supone siempre una separación y en algunos casos puede llegar
a implicar hasta reclusión en espacios cerrados o en ambientes muy pequeños a
una gran cantidad de población. Hoy en día, la segregación está vista como un
daño directo hacia la vida del ser humano, por lo cual se contempla que cuando
se produce un acto de segregación se están violando los Derechos Humanos. Sin embargo,
en la práctica, a pesar de que las sociedades occidentales han avanzado en gran
modo sobre esta problemática, la complejidad de las sociedades
multiculturales actuales hace que este tema no desaparezca. En la última década
de un gobierno déspota y cínico podemos ver y reconocer todas las mentiras,
corrupción que lleva a adjetivaciones hacia las minorías como: “terroristas”,
“delincuentes”, este tipo de rotulación está mostrando la violencia
segregacionista en todo su esplendor. El país muestra en los últimos meses
paros, manifestaciones permanentes de indignación frente a unos hechos reales
de negación y de insensibilidad de una clase política autistas e insensible al
sufrimiento de un pueblo.
Freud escribió un maravilloso libro “El malestar de la cultura”, en el cual
plantea que el mayor don de la cultural es la seguridad que ofrece; los
peligros de la vida son todos, el miedo, las restricciones, los seres humanos
no somos libres de ir en pos de todo lo que su corazón desea. Los
malestares son mas común de lo que imaginemos, el sacrificio de la
libertad individual, o la colectiva nos
aprisiona al no ser. La cultura moderna
nos ofrecía esa seguridad, la libertad de elección, las libertades conspiran
contra uno mismo, las trampas de la razón en cambio nos da, seguridad, certezas
y protección. La usencia de algunos de estos eventos nos generan perdida de
confianza y a eso lo llamamos “depresión”, vivimos en unas sociedades depresivas,
los políticos del mundo se aprovechan para ofrecer lo irrealizable, seguridad democrática.
Los avances en la “Educación
Intercultural” en Colombia son muy poco significativos, mas bien se promociona es la multiculturalidad y el
otorgamiento de derechos son reconocidos, pero condicionados por una Constitución
Multicultural donde se deja por fuera a los pueblos étnicos, a los
jóvenes, a los movimientos contraculturales.
Hoy en Colombia no podemos hablar de certezas sino, de una seguridad
insegura. El galopante proceso de globalización cada vez nos separa más de
nuestras estructuras políticas de América; nuestra existencia como culturas es
vulnerable, la familia en vez de ser un núcleo es un desarticulador de la vida
en familia. Las creencias e identidades están colisionadas; abrir
posibilidades de construir un nuevo proyecto intercultural, enfocado en
transformar las relaciones, estructuras e instituciones para la sociedad en su conjunto,
todavía es una utopía.
Nuestra educación superior vive en un pantano, pocos son
los avances reales. La universidad publica en Colombia se debate por mas de 25
años en reformas sin tocar la esencia de ella, - la investigación-,
nuestros pregrados son pequeñas carreteras, no tenemos verdaderas autopistas
del conocimiento, la necesidad de llevar acabo acciones para la
innovación de una conciencia transcultural, en perspectivas y escenario
de la escuela, de la universidad, están lejos de nuestra realidad
educativa. La verdadera universidad debería ser un lugar donde lo
impredecible pudiera volverse acontecimiento de cultura, arte y ciencia. Para
que la interculturalidad sea una realidad, hay que introducirla
como proceso a través de verdaderas innovaciones educativas y
políticas, culturales. Hoy en día es el gran tema, los antecedentes de la
educación intercultural, lo muestra es un tema de gran
trascendencia, si bien su tratamiento en nuestro país es reciente, mal enfocado
y con planteamientos con bases ontológicas sociales bastante pobres. La
complejidad contextual es histórica, social, política, cultural, está marcada por
la exclusión, la marginalidad, el no reconocimiento de derechos, de negros e indígenas
es evidente, a aquí se dice de
todo, pero lo real es que existe un no dialogo entre culturas y saberes. Estos
serían los principios que defienden una educación superior intercultural en
perspectiva latinoamericana; queremos enfatizar en este Congreso la importancia
que tiene la comunicación intercultural para asumir los retos y desafíos en un
mundo globalizado, destacando todos los obstáculos que encuentran los “Afros”,
los “Indígenas” sujetos al mas despiadado segregacionismo y lo que genera esta
situación. Entonces confiamos en que la “educación intercultural” puede desarrollar
competencias que lleven a mejor comprensión entre los actores sociales de
diversas culturas, en la búsqueda de la resolución tanto del reconocimiento
como de la adopción de formas de vida comprometida en el dialogo de diversas
concepciones donde las minorías étnicas tengan voz, recursos y legitimidad, ya
que estos están amenazados por una visión reduccionista y excluyente en el
mundo de la vida: una falta de entendimiento intercultural en una sociedad como
la colombiana sí es una verdadera amenaza, extinción de las minorías étnicas.
En esta nueva coyuntura de la ultima década surgen
tensiones, contradicciones cultuales, políticas, entre los esfuerzos
étnicos en defensa de lo propio y el uso del multiculturalismo, como parte de
las estructuras políticas establecidas y de una nueva lógica cultural del
capitalismo, que trata de controlar y armonizar la oposición con su ideal de
integrar estos pueblos al mercado, negando la existencia de la discriminación,
el legado colonial o monoculturalidad, en la formulación y aplicación de estas
normas y la complejidad de la diversidad, lo que trae consigo potenciales
trampas en la institucionalización de una educación tradicional, atrasada. Elevar
el nivel de inclusión, participación, no pasa de ser letra muerta en Colombia, aquí
se dice que estamos en un país democrático- pluralista, participativo, pero eso
es solo en el nivel formal del decir, pues en el hacer nos encontramos con los
obstáculos para expresar lo plural, lo diferente e incluso lo antagónico, todo
esto es tratado como voces enemigas, es decir voces que hay que apartar. La voz
del otro no se reconoce, nuestras universidades son espacios de exclusión,
impuesta por el aparato, y reproducido por los grupos hegemónicos. Se
parte de una concepción formal, pero no real, en donde se
reconozcan los grupos, las etnias minoritarias. La necesidad de una
educación intercultural, implica
una reconstrucciones de valores culturales y no dejarse echar el cuento del
asimilacionismo. El interaccionismo intercultural es reconocer y vivir los
antagonismo, sin temor, el verdadero dialogo ente clases, etnias, comunidades,
es ahí el trasfondo, la esencia de la educación intercultural.
Desde esta perspectiva, la Constitución Política de 1991
se convierte en Colombia, en una primera posibilidad a partir de la cual
se empiezan a generar nuevas condiciones para construir espacios democráticos
para los pueblos discriminados y excluidos tradicionalmente, de las dinámicas
políticas y económicas de la nación. “Las reformas constitucionales que
responsabilizan al Estado en impulsar y promover la interculturalidad y otorga
una serie de derechos a las nacionalidades étnicas, abren posibilidades, no
sólo a responder a demandas étnicas, sino también a construir un nuevo proyecto
intercultural y democrático, enfocado en transformar las relaciones,
estructuras e instituciones para la sociedad en su conjunto” (Walsh: 2005).
El presente año de 2013, se ha mostrado como un año
crucial, para el dialogo como dispositivo para la solución política del
conflicto armado. Y desde una visión de filosofía política intercultural no
podemos pensar en “guerra” “entre tu y yo” y entre nosotros” pues, para lograr
el acuerdo conducente a una paz, realmente se requiere un “dialogo intercultural”: dialogo entre el creer y el saber, la
barbarie en todas sus manifestaciones de violencia a hecho crisis estructural
en el país. No se puede disimular más estos conflictos, la droga, el asesinato,
la intolerancia religiosa, son enemigos mortales para la reconstrucción de una
nación intercultural como lo es Colombia. Descubriendo pluralismos, sueños e
utopías es el comienzo por reconstruir nuestra historia y la interculturalidad
juega un papel relevante hacia la construcción sin límites del reconocimiento
de las minorías segregadas.
La interculturalidad se funda en la necesidad de
construir relaciones entre grupos, como también entre prácticas, lógicas y
conocimientos distintos, con el afán de confrontar y transformar las relaciones
de poder, que han naturalizado las asimetrías sociales. A veces, lo
pluricultural sólo se usa en términos descriptivo, empero sus raíces y
significados no se encuentran en la descripción, sino en las luchas en contra
de la colonialidad del pasado y del presente y de la violencia simbólica,
estructural y cultural (Rivera, 1993, en Walsh, 2002: 2).
La situación de complejidad social y política colombiana,
nos lleva a ver y reconocer el papel que tiene que jugar la educación por las libertades,
y dejar esa manía de la izquierda infantil entre el ideal de la clase
dominante y las aspiraciones de los, las comunidades de excluidos, los sin voz,
los sin tierra, los desplazados y los “desechables”, los trabajadores, los campesinos,
negros e indígenas y sobre todo los mestizos, que conlleva a negar el derecho a
la protesta de éstos, así como, grandes dificultades a la hora de
reclamar los derechos democráticos reconocidos formalmente, pero no trabajados
desde nuestras practicas culturales y educativas.
Nuestra universidad no pasa del alboroto, de la protesta,
de la piedra, de consignas con falta de imaginación y osadía. La
pluriculturalidad oficializada se desarrolla alrededor del establecimiento de
derechos, políticas y prácticas institucionales que reflejan la particularidad
de las “minorías” añadiendo estos a los campos existentes. Por eso, el
pluriculturalismo oficial es retórico, vacío de acciones reales . Este
reconocimiento e inclusión no pretende solamente acuerdos, si no políticas educativas
interculturales. La tarea de la educación es atender las comunidades y
sus variedades de visiones y valores, no ese remedo del Ministerio de Educación
Nacional; es hora de un gran debate de verdad, porque la Interculturalidad surge como principio de construcción
de la culturas en relación, con la radical igualdad de las diferencias,
en la dignidad de las personas y en el necesario conocimiento
vivido por el pueble negro, indígena y mestizo. Cada ser humano tiene la irrenunciable necesidad
de su plena identidad, pero de verdad, abierta al encuentro profundo con
la demás identidades con el firme compromiso de configurar y trasformar
la sociedad colombiana. Llego el momento de la verdad, no mas discurso
sobre generalidades, el verdadero aprendizaje es desde las diversas
opciones, pero comprometida, con las comunidades excluidas, de negros,
indígenas y mestizos. Desafortunadamente
nuestros universidades están lejos de tal propósito, se reproduce, el
asimilacionismo dominante, el miedo a perder el puesto, el lugar, el sitio,
espacios negados y reforzados con la necesidades.
La consolidación de un real Proyecto Educativo Intercultural con lleva necesariamente a que
todos los ciudadanos deben ser capaces de ingresar en la esfera pública en
igualdad de condiciones; una real política simbólica que reconozca la igualdad
y no cree grados y ordenes entre los ciudadanos colombianos.
La interculturalidad se centra en la transformación de la
relación entre pueblos, nacionalidades y otros grupos culturales, pero fundamentalmente
también del Estado, de sus instituciones sociales, políticas, económicas y
jurídicas; entre esas y usted. Significa la oportunidad de emprender un diálogo
teórico desde la interculturalidad; la construcción de nuevos marcos
conceptuales, analíticos, teóricos, en los cuales se vayan generando nuevos
conceptos, nuevas categorías, nuevas nociones, bajo el marco de la
interculturalidad y la comprensión de la alteridad (Walsh: 2002).
La interculturalidad es una propuesta que “permite pensar
fuera de las categorías de la modernidad, entender la importancia de los
lugares epistémicos, éticos y políticos de enunciación y considerar la
potencialidad de los espacios de las fronteras. Requiere aceptar que el
conocimiento no es uno y universal para quien quiera ingresar en él (Walsh,
2002ª: 4); y que tampoco es uno el campo jurídico. La interculturalidad va más
allá de la diversidad, el reconocimiento y la inclusión. En las leyes se
cristalizan y se expresan las relaciones de poder existentes en una sociedad.
La interculturalidad no se puede realizar por reformas o leyes estatales.
Tampoco se reduce a la constitucionalización, ya que ésta no es un producto
sino un proceso continuo, algo por construirse, que nunca termina.
Se trata de construir una propuesta civilizatoria
alternativa, hacia la construcción de un nuevo tipo de estado y una
profundización de la democracia (Ramón, 1998) que compromete a todos y a todas.
“En un mundo cada vez más entrelazado, no debemos ser unidireccionales sino más
bien establecedores del diálogo en ambas direcciones. Es buscar un
enriquecimiento y posible convergencia intercultural jurídica, que también
permite incorporar de abajo hacia arriba, algunos principios subyacentes en el
derecho indígena y afro al derecho estatal y, a la vez, construir una
convivencia social donde diferencia e igualdad puedan empezar a entretejerse.
(Albò: 2000)
La verdadera apertura hacia la diversidad, en
Colombia, es resultado de las demandas y luchas de la gente; pero, también “es
algo más: parte de una tendencia y estrategia regional y global de inclusión
reflejada en las políticas estatales y promovidas por organizaciones
transnacionales, con fines de apaciguar la oposición. Estas políticas ya
globalizadas, se basan en el reconocimiento, la inclusión e incorporación de la
diversidad cultural, no para transformar sino para mantener el statu quo, la
ideología neoliberal e incorporar a todos dentro del mercado. Al centrarse
básicamente en la política de la identidad divide a los grupos, disminuye
fuerzas y, como ha dicho el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC: 2004),
imposibilitan el intercambio de ideas entre los diferentes.
La mejor forma de hacerlo es hacer sentir como “incluida”
a la gente tradicionalmente marginada, con derechos y atenciones especiales. Lo
que se observa es la “estatalización” de las políticas y procesos de lucha
indígena y afro; es decir, una dependencia del sistema jurídico-político y, por
ende, una aceptación de este sistema, en vez de su rechazo o radical
transformación, que en la práctica ha implicado cooptación, manipulación,
división, individualización y pacificación. (Walsh: 2005)
Lo que ha significado algunos pasos atrás para las luchas
socio-históricas y políticas de los movimientos, una maniobra desde “arriba”
que desplaza el problema colonial y racial, poniendo en su lugar la
preocupación por las políticas de inclusión. La interculturalidad es un
proyecto político-epistémico, que va más allá del multiculturalismo, el cual
requiere que las relaciones horizontales interétnicas se construyan a través de
la creación de nuevos ordenamientos sociales (CRIC,: 2004, en Walsh: 2005 ). Es un principio ideológico y
organizador, que busca construir un imaginario distinto de sociedad,
permitiendo pensar y crear condiciones para un poder social distinto, como
también una condición diferente, tanto del conocimiento como de existencia,
apuntando a la descolonialidad. Según este punto de vista, la interculturalidad
se analiza desde tres perspectivas: la relacional, funcional y crítica. La
perspectiva relacional se refiere básicamente, al contacto entre culturas, es
decir, entre personas, prácticas, saberes, valores y tradiciones culturales
distintas, los que podrían darse en condiciones de igualdad o
desigualdad. (Walsh: 2005)
La verdad y la paz tienen una hermana, la paciencia, cuya
compañía es agradable como necesaria: vivimos en una Colombia en que la gran
mayoría de colombianos nos comportamos bastante mal con: la familia, la compañera,
el amor, el otro, y sobre todo con las minorías afro-indígenas y no nos
reconocemos en el indio y en el afro que tenemos en nuestra mezcla; estos
pueblos milenarios lo que si tienen como su gran riqueza es “la paciencia del
guerrero”. Sin moverse escuchan y con la avidez se concentran en la acción.
Vigilante, esforzada y modesta, interesada de verdad en oír a la “pacha mama”,
el espíritu tutelar cósmico de una verdadera ontología social con la cual
podríamos concretar un acuerdo para así poder vivir juntos.
La interculturalidad crítica, es una opción
educativa formativa para las libertades, educar para mas de lo mismo es negar
la esencia de la interculturalidad; la universidad esta lejos de potenciar esta
dimensión, los profesores, directivos no les interés ese discurso de la acción,
eso lo llama mimetismo. Los contextos plurales son el nuevo
escenario de América Latina, el mundo nos ve así, aquí la riqueza es a
borbotones, pero la exclusión es la respuesta de todos -inclusive nosotros maestro
y doctores-; sentar las nuevas bases de una nueva realidad es tarea de la
universidad publica, con verdaderas autopistas de saber intercultural, no mas remedo
de doctorados y maestría, calcados de los europeos; requerimos innovación,
creativamente y beber de nuestras culturas.
La interculturalidad se entiende como herramienta,
proceso y proyecto que se construye desde la gente; el foco problemático de la
interculturalidad reside no sólo en las poblaciones étnicas, sino en todos los
sectores, con inclusión de los blanco-mestizos occidentalizados, y no sólo
entre personas o grupos, sino también entre lógicas, formas y maneras de
producir segregacionismo. Por eso, se debe entender como propuesta de sociedad
que busca modificar y transformar esquemas epistémicos, políticas públicas, la
educación y otras esferas de acción, en el régimen de representación dominante
(Rojas y Castillo: 2007), lo mismo que las estructuras e instituciones del
poder racial izado que siguen normativizando y naturalizando la diferencia como
desigualdad.
Una ontología social es la renovada atención puesta por
indígenas y afros, campesinos, colonos, al pensamiento como campo de lucha,
intervención y creación, hacen evidente que el proyecto de la interculturalidad no es sólo político, sino
también epistémico, en dos esferas, referidas como casa adentro y casa afuera (Juan
García, en Walsh: 2002). La casa adentro implica los procesos internos de las
organizaciones, pero más que todo de las comunidades, para construir y
fortalecer un pensamiento y un conocimiento propios, presentes en la memoria de
los sabios y ancianos, y en la filosofía y cosmología cuyas raíces se
encuentran en la ancestralidad, pero también, en la naturaleza y en la
cotidianidad, como hizo claro el intelectual Nasa, Manuel Quintín Lame (Walsh,:
2005).
Reconstruir y fortalecer pensamientos y
conocimientos propios, no como un saber folclórico local, sino como una ontología
social, permite empezar a enfrentar el saber académico y la geopolítica
dominante del conocimiento. Caminos que no niegan la modernidad, pero que
permiten vivirla de otra manera, sin ser absorbida por ella. Cambiar el lente neocolonial y ver desde las historias vividas,
promoviendo así una fortaleza colectiva de las comunidades académicas,
culturales, contraculturales, se configuran como un proyecto y una
realidad intercultural. La universidad
es responsable de la organización de los saberes expresados en disciplinas, a
través de ciencia, técnica y arte, pero la reflexión es su gran arma. Todos
estos saberes se pueden articular, dinamizar y flexibilizar en la medida que el
currículo es el mapa visible, el punto de partida; expresa una dimensión de
futuro continuo y un proceso permanente de reflexión, dimensión de futuro
continuo y un proceso permanente de reflexión, investigación y construcción
colectiva; un currículo intercultural son formas pedagógicas para la
apropiación crítica de la realidad, la construcción creativa del conocimiento y
el desarrollo de competencias fundamentales. La universidad tiene que volverse
a conectar con la vida, el conocimiento intercultural, con la ciencia, el arte
de la vida de unos pueblos, la realidad plural de las distinta
culturas en convivencia y desarrollo. No el desarrollismo, sino el verdadero desarrollo de formas reales y
tecnologías, generación de estilos divergentes de ver y sentir las realidades.
La universidad pública colombiana está realmente amenazada y liquidada por el
“burocratismo de la así llamada autoevaluación y acreditación universitaria;
centro de debate de saberes y de contracorriente. Volver a situar una verdadera
“Ágora universitaria”. Todo el desmonte del andamiaje teórico- crítico,
potencio la así denominada “universidad eficientista, emprendedora, eficaz y
progresista, que solo se valida en los establecidos procesos de acreditación
institucional, de alta calidad”. Educar para las exigencias de toda la
población colombiana es querer saber reconocer, potenciar los saberes
ancestrales y los nuevos paradigmas de la complejidad en un mundo en crisis.
Pensar en un vuelco en la educación es romper todas
las “servidumbres simbólicas” de la universidad, esa lógica implacable del
mercado y la servidumbre discursiva con la que se disfraza con un discurso
técnico-instrumental, que lo que busca es adoctrinamiento de “cadáveres
exquisitos” para ser devorados por el mercado.
Igualmente implica pensar
realidades y dimensiones en torno al conocimiento y a la educación requiere
atención política, ética a nuestras propias prácticas y lugares de enunciación
para construir y generar conciencias políticas, metodologías interculturales
y pedagógicas. Es necesario, además, enfrentar y hacer visible nuestras
propias subjetividades y prácticas, incluyendo nuestras prácticas pedagógicas
interculturales.
Para construir sociedades participativas y solidarias no
basta un Estado garante de derechos, sino que es igualmente necesario contar
con actores sociales, es decir ciudadanos y ciudadanía significa, en este
sentido, más sociedad: una comunidad de personas que no se restringe a sus actividades privadas, sino que además concurre en
el espacio y el debate público para participar en proyectos y en decisiones
compartidas. Este logro de una ciudadanía, pasa por la construcción de otras
bases en las relaciones sociales. La educación entraría a jugar un gran papel,
desde una propuesta intercultural. Para que esta sea una realidad vivida por
las comunidades, la gente de una localidad y los ciudadanos de una nación, hay
que introducirla como proceso de reforzamiento de las culturas locales. (García
Sánchez, 2006:51)
La interculturalidad es una respuesta a la segregación
(De Lucas, 1995:55). Segregación que aparece en las bases mismas de la
construcción de la nacionalidad colombiana, la cual impide el goce pleno de sus
derechos a las grandes mayorías de la sociedad. El informe de la UNESCO sobre
educación (1996) reconoce que una educación verdaderamente intercultural debe
ser capaz de responder a la vez, a los imperativos de la integración planetaria
y nacional y a las necesidades específicas de las comunidades concretas, que
tienen una cultura propia.
Avanzar en la búsqueda de dignidad para la diferencia
implica el compromiso de la sociedad en su conjunto. Para alcanzar este logro,
el Estado debe mediar en un diálogo intercultural nacional e internacional, en
defensa de la múltiple identidad nacional. Exige una visión que dinamice una
cultura para la democracia y una democracia para la cultura (García Sánchez: 2006)
“La complejidad contextual e histórica, del fenómeno de
la exclusión en Colombia frente a la realidad multicultural exige respuestas
innovadoras. En este sentido, se propone como parte de la educación
intercultural, la implementación de una didáctica cultural participativa con la
certeza de que ella promueve mayor comprensión y compromiso, tanto de parte del
pluralismo como de las comunidades culturales y étnicas excluidas” (García
Sánchez: 2006).
Esta didáctica tiene como finalidad educar para la
equidad social, mediante el reconocimiento de la interculturalidad lo cual
implica un proceso (Ibid, 54), que considere las individualidades y la
colectividad de los sujetos a intervenir. Una visión para el conjunto de la
comunidad. (Saifullan y Khan, 1984). “La didáctica cultural estudia el proceso
de enseñanza aprendizaje de una comunidad, y la forma como ésta puede potenciar
la reflexión permanente en su propia cotidianidad y en la sociedad en la cual
interactúa, lo que le permite entender más claramente sus necesidades de crecimiento
espiritual y material y las formas que debe asumir su propia educación”.
(García sanchez,2006).
En Colombia, la mayoría de la población desconoce su
pasado: su historia y sus culturas. Un país con profundas crisis de identidad,
formado desde una mirada homogenizante y prejuiciada con respecto a los otros,
lo que hoy es obstáculo para la construcción de una sociedad, según los
principios de la Constitución Política de 1991. La educación ha sido utilizada
para ocultar la realidad de dominación y la alienación, por el contrario, se
trata ahora de denunciarlas, anunciar otros caminos, convirtiéndose así en una
herramienta emancipadora. (Freire, 2004: 73)
La educación tomada como proceso de comunicación, la cual
constituye la base de la ciudadanía, por lo tanto, punto de partida para la
comprensión y la práctica de la democracia (Hoyos Vásquez: 2012). En este orden
de ideas, se busca “Reconstruir un sentido de educación que se centre
directamente en la condición humana y sepa desarrollar nuevas formas de
humanismo para la cooperación antes que para la competitividad, que rescate las
humanidades en su sentido más contemporáneo para la formación de ciudadanas y
ciudadanos responsables, actores en la sociedad civil y comprometidos con un
sentido de democracia participativa que permita buscar nuevos caminos de colaboración
– intercultural. Este sentido de experiencia en el mundo de la vida, punto de
partida de cualquier proceso educativo, antes de toda teoría, ciencia o
especulación; y también antes de cualquier ismo, porque precisamente todo ismo
presupone una concepción del proceso que lo genera, que para nosotros es la
forma de entender el humanismo, es decir, educación como formación (Bildung)
del ser humano, tal como se nos da antes de toda consideración teórica, en
comunidad”.
“Como en la vida diaria, así también en la ciencia, la
experiencia es la conciencia de estar con las cosas mismas, de aprehenderlas y
poseerlas de modo enteramente directo. El punto de partida de todo proceso
educativo debe ser la experiencia de la comunidad educativa: sus contextos,
tradiciones, culturas, es decir, el mundo de la vida como horizonte universal
de significados y como fuente inagotable de validación de las “pretensiones de
verdad” según las significaciones comprendidas en la educación superior en
Colombia, la visión, enfoque de una educación humanista desde un Paradigma Intercultural, generar
las capacidades, competencias y actitudes, mas pertinentes para
entender y compartir los pensamientos, conocimientos, emociones y sobre
todo solidaridad con el otro diferente
pero igual en derechos a mi, he ahí el meollo de la educación superior
intercultural.
El poder pensarse libre y responsable moralmente es
momento determinante de la condición humana y por tanto, momento central de la
educación para la mayoría de edad, para la ciudadanía cosmopolita en un mundo-uno
y para la formación de la persona. Si la crisis, de la ciencia y de la cultura
en general, es provocada en última instancia por un olvido de la persona, es
decir, por la negación de lo humano, es necesario cambiar la educación
enmarcada en el paradigma de la precisión, la eficiencia y la positivización,
por el de una formación de la persona en marcos culturales y humanistas.
La filosofa norteamericana Martha
Nussbaum en su estudio acerca de la relevancia de las Humanidades para la educación liberal actual, está comprometida con
una concepción Intercultural y en su
texto “El cultivo de la humanidad” hace un aporte definitivo en esta dirección.
La Nussbaum articula su propuesta en cuatro características:
1.
La primera es la actitud de reflexión
socrática, que denomina búsqueda de una “vida examinada”
2.
La segunda característica asume los
planteamientos de los estoicos, en especial de Séneca, Cicerón y Marco Aurelio
para desarrollar en los estudiantes la capacidad de verse a sí mismos, no sólo
como ciudadanos pertenecientes a alguna región o grupo, sino también, y sobre
todo, como seres humanos vinculados a los demás seres humanos por lazos de
reconocimiento y mutua preocupación.
3.
La tercera característica se basa en la
“imaginación narrativa” como mediación entre la propia identidad y la
ciudadanía cosmopolita, con base en el sentimiento originario de la
“compasión”, como un “sentir con” que me abre al reconocimiento del otro como
diferente, en su diferencia y por tanto, como interlocutor válido.
4.
Cuarta, finalmente, la ciudadanía
cosmopolita necesita de los saberes desarrollados en las ciencias sociales y
humanas en general para fortalecer argumentativamente los procesos formativos
en una educación intercultural, que no tiene por qué caer en las trampas del
multiculturalismo.
La educación intercultural debería ayudar a que
cada persona lograra su “autonomía” en el ejercicio de sus libertades como
ciudadano, el saber es la comprensión del conocimiento desde las múltiples
expresiones de culturas, estudiarlas con una visión intercultural,
ese nuevo estilo de construcción del conocimiento científico-
intercultural. Capaz de formar ciudadanos verdaderamente libres y autónomos,
para poder hacerle frente a este gran desafío; nuestras universidades públicas
tienen que asumir verdaderos currículos interdisciplinarios de enseñanza
intercultural y la mejor forma de asegurarse de que los estudiantes se
relacionen con las CULTURAS es infundirles estudios divergentes de sus carreras
universitarias, apelando a las diversas áreas de conocimiento que ofrece las
diversas regiones culturales colombianas.
Los diversos discursos de las ciencias sociales se
enriquecen ante todo por los diálogos interculturales (Hoyos Vásquez: 2012). La
urgencia de explicar el sentido de la argumentación y de llegar a acuerdos,
tiende a considerar este uso comprensivo del lenguaje como un momento superado
mediante los consensos; pero precisamente
la posibilidad del disenso, aspecto dinámico de la comunicación se nutre de
este nivel de la comprensión, que crea significados nuevos y permite imaginar
soluciones posible y reales .
El desarrollo de la modernidad a ayuda a comprender por qué es posible
caracterizar un nuevo humanismo en términos más de colaboración –intercultural que
de la deshumanización del capitalismo
salvaje.
Hacer posible este ideal implica emprender acciones en diferentes
claves interculturales. Una de ellas es la educativa, mediante Propuestas Pedagógicas Interculturales
que permitan superar las múltiples contradicciones que impiden el
mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad.
Propuestas educativas que formen una ciudadanía, a partir de los viejos ideales
ilustrados. Ciudadanía que defienda la vida en sociedad, más desde el enfoque
del desarrollo humano, (de capacidades) que de derechos humanos. Ciudadanos,
actores y actoras, que mediante actos de comprensión intercultural de los
fenómenos-culturales, políticos y sociales, para vivir por las libertades,
equidad y justicia. La interculturalidad
es un proceso educativo, es la utopías hecha real, sueño de diversidad
planetaria, intercambios de deseos, sueños e imaginación. La interculturalidad
es un modo de acción crítica. No es una visión de aceptar un fácil optimismo,
no, por el contrario es reconocer e inaugurar el conocimiento trágico como lo
descubrió Nietzsche, no se celebra la muerte sino la victoria sobre la muerte.
La tragedia propone una presencia: el héroe victorioso hasta su fin, inmortal.
BIBLIOGRAFIA
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[1] Cursivas mías José Daniel García Sánchez, PhD en
Filosofía y Educación. Investigador en Humanidades e Interculturalidad
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